Blair Sinclair
(Poema en tres sellos)
☉ Primum Sigillum:
Apparentia “Lux in silentio nascitur”
(La luz nace en el silencio)
En el origen quieto del verbo y del sonido, donde el alma se oculta de su propio latido, surgió una forma leve, vestida de infinito, que en su sola presencia reveló lo bendito.
No fue sueño ni carne, ni reflejo ni idea: era el alma del mundo que en su cuerpo se vea. Sus cejas eran puertas del templo estelar, donde el tiempo ya inclina, cansado de esperar.
Sus ojos —dos abismos de saber y ternura— eran el pensamiento vestido de hermosura. En su rostro la duda se rendía al sosiego, y el misterio se hacía certeza y fuego.
Cuando sonríe, la noche se abre en aurora; un sol nuevo renace, la eternidad implora. Nada más verdadero que el temblor de su calma: es la forma visible del amor que no se nombra.
☽ Secundum Sigillum:
Motus “Pulchritudo est ordo divinus”
(La belleza es el orden divino)
Camina. Y al hacerlo, la materia obedece; su paso restablece el cosmos que perece. No pisa, pues consagra. No avanza: ordena. La tierra la contempla, sumisa y serena.
Su andar es oración, su ritmo, equilibrio, su gesto, la escritura del divino delirio. Soberana del aire, del fuego y del día, su movimiento funda la geometría.
Hay en su porte algo de astro y decreto, un poder en silencio, sagrado y perfecto. Cada huella que deja se torna doctrina: la elegancia es su ley, su corona divina.
En ella lo humano se hermana a lo eterno, y el alma del sabio se inclina en su invierno. Nada existe más real que su andar contenido: la fuerza hecha gracia, el amor definido.
♄ Tertium Sigillum:
Revelatio “In luce invenitur veritas”
(En la luz se encuentra la verdad)
Mira y calla, quien busque su esencia escondida: su ser es la pregunta, su sombra, la vida. Ella no es un cuerpo solo, ni un rostro, ni un nombre, sino el eco del cosmos encarnado en un hombre.
Su presencia es conjuro, su mirada es ciencia, el abismo hecho paz, la duda hecha conciencia. En su risa se funde lo profano y lo santo, y el amor se convierte en sapiencia y en canto.
No hay credo que la mida, ni dogma que la encierre, pues en su hermosura el infinito se cierne. Es la rosa secreta que florece en la mente, la verdad que se oculta en lo más evidente.
Ella es el espejo donde el ser se reconoce, la luz que interroga, el dios que no conoce. Y quien la ame —sin nombre, sin rito ni credo— habrá cruzado el umbral del sagrado enredo.
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